Recuerdo todos aquellos sucesos como si hubiesen acontecido hace unas horas.
Por algún motivo en ocasiones nuestro cerebro graba a fuego experiencias y
situaciones que nos someten a un gran estrés y nos angustian durante
días.
Yo acababa de empezar a trabajar en aquel camping como auxiliar de servicios
durante las noches para cubrir el turno todo el verano. Las labores de un
auxiliar son muy sencillas, realizaba tareas de mantenimiento como comprobar
las calderas de las duchas del camping, las cañerías y los grifos, las luces y
los fusibles, los carteles de las tiendas de campaña y los coches… en fin, lo
típico, amén de hacer callar al típico borracho de turno que a las 5 de
la madrugada llegaba pegando berridos. Comenzaba mi turno a las 22:00 de la
noche, realizaba un par de rondas para comprobar que las instalaciones
funcionaban adecuadamente y a partir de las 00:00 debía informar a los clientes
de que debían quitar la música y dejar de hacer ruido, lo normal en cualquier
camping hasta las 6 de la madrugada, hora a la que yo salía. Las primeras
noches de junio me percaté de que había una niñita sentada de cara a la pared
en una de las parcelas en la que había una caravana, en uno de los extemos del camping, tocando a un bosque cercano al que no podía accederse desde dentro. La tercera noche me
aproximé a la niña y le pregunté qué hacía en aquel lugar tan tarde. Al principio se asustó, y me
preguntó si era un policía, cosa que me hizo mucha gracia, pero al decirle que
no expresó alivio y desilusión con su cara. Me dijo que no se había portado
bien y que estaba castigada, así que le desee buenas noches y continué con mi trabajo. Al día
siguiente la volví a encontrar allí, así que me presenté y le sugerí que hiciese
lo mismo. Se llamaba Joana, tenía 6 años, iba a la clase "dels esquirols" y era monísima, se expresaba como toda
una señorita y me resultaba muy graciosa, así que decidí visitarla de vez en cuando, las noches que no
hubiese mucho ajetreo y tuviese unos minutos de descanso. Noche tras noche la
niña estaba ahí sentada hasta las 00:00 de la noche, y el día 19 de junio me
lancé y le pregunté a mi compañero qué demonios hacía aquella niña cada tarde
para estar castigada ahí hasta las tantas de cara a la pared. Mi compañero me
explicó una historia terrible que desearía no haber escuchado, y es que la
madre de aquella niña era una alcohólica divorciada de 43 años que vivía
frustrada 8 meses en aquel camping y 4 meses en casa de su madre, de la pensión
de ésta última y de la manutención de la niña. Día sí y día también aquella
mujer castigaba a su hija mientras jugaba con los demás niños del camping para
poder irse a emborrachar al bar, de aquella manera sabía dónde se encontraba la
niña en cada momento, y si por casualidad un día llegaba y la niña no estaba le
dejaba bien claro con un cinturón de cuero el lugar en el que debía esperar
cada noche. Sentí tanta lástima que no volví a acercarme a hablar con ella,
pero sí la saludé cada noche al pasar detrás de ella haciendo parpadear 2 veces
la luz de mi linterna.
La noche del 17 de julio del año 2011 llegué a mi puesto de trabajo a las
21:45, como acostumbraba a hace para ponerme al día, pero aquella noche vi una
ambulancia abandonar el camping y una patrulla de los Mossos d’Esquadra salir detrás con las sirenas apagadas.
Sorprendido me dirigí a la garita en la que mi compañero trabajaba y
le pregunté lo que había ocurrido. Me lo dijo como si fuera algo que todo el
mundo esperaba, pero ni por asomo yo lo había sospechado. Joana era asmática y
tenía alergia al polen, así que seguía un tratamiento con antiestamínicos que debía
tomar cada 8 horas para que no le salieran ronchas ni irritaciones por vivir en aquel ambiente rodeada de plantas y árboles. Aquella tarde Joana había sido castigada de cara a la pared por
vomitar la comida, pero lo que la desgraciada de su madre no había pensado era
que también vomitó la pastilla. Su madre cerró como de costumbre la caravana y
se fue al bar a emborrachar, también como de costumbre. Cuando hubieron pasado
unas horas Joana empezó a sentirse mal y a tener dificultades para respirar,
así que se levantó de la silla y fue a la caravana a buscar su inhalador, pero
estaba cerrada y tenía prohibido alejarse de la caravana, así que volvió a su
prisión sin barrotes, a observar aquel muro de piedra gris mientras sus vías
respiratorias se iban inflamando más y más, hasta dejar la luz de su tráquea
totalmente ocluida. En otras palabras, Joana dejó de poder respirar, aquella pobre niña de 6 añitos murió sola y desamparada,
castigada de cara a la pared.
Los servicios sociales interpusieron una denuncia y su madre acabó en
prisión por maltrato de menores, desatención y otros cargos que ahora no
recuerdo. La caravana fue retirada del camping y fue subastada y adjudicada por
tan solo 1.500€. Aquella parcela no volvió a quedar ocupada aquel verano, pero
si las contiguas.
El día 19 de julio una clienta ubicada en la parcela contigua me dijo que me
fijara bien porque cada noche alguien se llevaba una de sus sillas y le parecía
una broma de mal gusto. Aquella misma noche volví a pasar por aquel lugar y lo
alumbré con mi linterna. Efectivamente una de las sillas había sido sustraída y
arrastrada hasta la zona donde se encontraba anteriormente la silla en la que
pasaba las tardes Joana. Me dio un escalofrío al pensar que alguien podía ser
tan idiota, como para poner una silla de cara a la pared en el mismo lugar en
el que había muerto una niña hacía solo 2 días. La llevé a su sitio y continué
con mi trabajo. No sé cuantas horas tardé en volver, pero al hacerlo la silla
volvía a estar en aquel maldito lugar. Me acerqué tembloroso, rezando por que
al llegar no apareciese nadie sentado en aquella silla, la alumbré con mi
linterna y efectivamente estaba vacía. La volví a llevar a su lugar, y a las
4:30 de la madrugada volví a pasar, deseando que la silla no se hubiera movido
ni un ápice, pero no fue así, la silla había vuelto a moverse hasta aquel
lugar. Esta vez me acerqué alumbrando alrededor, esperando encontrar a alguien,
que escondido, trataba de gastarnos a todos una broma de mal gusto. Estaba
solo, así que esta vez solo le di la vuelta a la silla y la dejé mirando hacia el
camino, de espaldas a la pared. Entonces la bombilla de mi linterna falló,
parpadeó dos veces, y sentí un intenso frío emanando de aquel lugar.
Nunca más volví a tocar aquella silla, que por cierto siguió estando allí
cada noche, de cara a la pared. Perdonad que en esta ocasión no haya puesto imágenes o fotos, simplemente no me sentiría a gusto haciéndolo.
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